domingo, 13 de noviembre de 2011

TUS OJOS



Allí, al borde del insondable abismo al que te acercas, mi mirada triste y desalentada ha naufragado en el mar de tus ojos, azules y luminosos como el cielo de la sierra.

Me has pedido una vez más con la mejor de tus sonrisas que repase por ti la despensa, que el invierno viene recio y la casa debe estar abierta, caliente y generosa.

Quédate bien tranquilo que el vino está trasegado, el corral lleno de leña, la fruta almacenada y el trigo, tendrías que verlo, revienta este año las paredes del granero.

Cuando mejores un poco te subiré a la bodega; nos sentaremos al sol junto al lagar de tu padre; nos beberemos cuatro o cinco vinos y, sin que nadie se entere, te liaré un mataquintos de aquellos que te gustaban.

Entonces me hablarás una vez más de lo poco que recuerdas: de aquellos días azules, de aquel sol de la infancia, de las duras jornadas de siega, de las juergas de domingo en la bodega, de lo difícil que era sacar a bailar a las mozas del barrio alto, de ese pañuelo rojo que compraste a tu Antonina…

Y, aunque sabes que te miento, tu sonrisa se ilumina y tus ojos, esos ojos grandes y hermosos (¡Dios, qué luz la de tus ojos!) primero me acarician agradecidos y luego se pierden en su azul e infinito sosiego.

Dios mío, ¿qué vislumbra tu mirada cuando la muerte se acerca?, ¿qué ven esos ojos que a los demás se nos niega?