El
invierno ha irrumpido bronco, ventoso y húmedo; ha desnudado el jardín, ha roto
las ventanas y se ha adueñado de la casa como un huésped impertinente e
incómodo.
El
frío ha barrido este otoño desabrido de agonías y nostalgias.
Busca
el amor refugio bajo la suavidad de edredones de plumas, bajo tiesas mantas
raídas, bajo la liviana cúpula protectora del roto paraguas que esta tarde
compartimos.
¡Ay
amor tentador, divino y perverso, dulce calor compartido, único conjuro frente
a la soledad de los inviernos!
El
amor me hizo apreciar el buen juicio de Eva, pues no hay ningún placer en el
solitario quebrantamiento de la ley y no hay fruta más deseada
que la fruta prohibida.
El
invierno nos invita a desafiar a los dioses, a darle ocasiones a la locura, a
promover rebeliones quién sabe si baldías, a baldear la cubierta del alma hasta
sacarle su antiguo brillo.
Paseamos
por nuestro barrio. La calle está habitada y los comercios vacíos.
Jóvenes
ancianos toman posesión cada anochecer de los cajeros mecánicos de los bancos;
nuevos mendigos se refugian en las ultramodernas estructuras arquitectónicas,
en los prodigiosos puentes que cruzan el Ebro.
¿Quién
dijo que para nada servía una exposición universal? Deberían abrir al público la Torre del Agua para poder
matarnos más heroica y honorablemente.
Negra
luz de los inviernos. Dicen que será un invierno largo y frío, que este año han
emigrado las cigüeñas, los ánades reales y hasta los halcones peregrinos que
anidan en los rascacielos.
Negra
luz de los inviernos. Qué inquietud que produce la espesura helada de este
silencio.
Suena
a lo lejos la música de un triste y tenue bolero. Y me miras, y te miro.
¿Qué tal amor si, mientras lo inevitable nos
alcanza, me abrazas y bailamos?