He paseado por las angostas calles de Toledo
en la noche de invierno que apuñala sus plazas
y entre el rumor del agua que
canta entre las piedras
he vuelto a oír las voces del
viejo pueblo
que hizo de su lengua una patria
lejana.
Han pasado tantos años, ¿recuerdas?
Nuestro amor era un tren sin
billete de vuelta,
un refugio hospitalario y humilde
sin más luz que tu risa entre
las sábanas,
una promesa de libertad y de
alegría
renovada a cada instante.
No añoro la juventud perdida,
ni el arroyo del amor que el
tiempo
volvió remanso dulce y profundo;
añoro la pasión y la locura,
la imprudente osadía,
esa ingenua certeza que guiaba mis actos.
Pero hoy, hubiera vuelto de nuevo
a cogerte de la mano para colarnos
sin pagar en la iglesia de Santo Tomé,
hubiera vuelto a tomarte entre
mis brazos
para apagar tus risas y mi sed
con un largo beso
bajo el cadáver pasmado
del Conde de Orgaz.
Porque han pasado muchos años,
amor,
pero todos los caminos del
viajero
siguen acabando en ti.