En esta desolada estación de la tristeza,
cuando la
malla amarga de los días
dolía más
que la de tu vientre,
cuántas
veces te salvó un pequeño milagro:
una llamada
amistosa y oportuna,
el destello verde y las cortantes alas
en la solapa
de su bata blanca,
el gesto
decidido y la sonrisa amable
de una mujer
valiente,
su mirada cómplice y tierna.
Te dijiste entonces
que vale la
pena seguir adelante
aunque sea
amontonando frágiles
y fútiles, cabronas esperanzas,
y escuchaste
el rumor del mar que fluye en tus venas,
el empuje
atávico de esa voz ahora
nublada por
el dulce sopor de los narcóticos,
y te
rendiste a la evidencia:
déjate
llevar, ama y déjate amar,
no importa a
dónde, no importa de qué manera.
Porque tu vida es un soplo de viento
y todavía has
de volar, hermano,
has de volar
muy lejos.