Otra
vez las batallas humildes que se pierden, las pequeñas batallas que se ganan en
eterno combate mientras anhelamos la victoria decisiva.
Otra
vez sin certezas que nos guíen como aquel a quien sorprende la oscuridad
bajando la escalera y no encuentra un pasamanos que conduzca sus pasos
vacilantes.
Otra
vez la realidad imponiéndose al deseo, las míseras crueldades cotidianas, las
soledades áridas, las renuncias, el miedo, la cobardía, el egoísmo, la estúpida
ceguera que impide el advenimiento de una nueva era.
Otra
vez la montaña allá a lo lejos, promesa de una tierra fértil, y en medio la
inmensidad de este desierto ingrato, que amenaza la vida y pudre los cuerpos y
las conciencias.
Otra
vez el cansancio y el dolor que se adueña de los corazones, la fatiga de la que
cada vez es más difícil sobreponerse, la tentación de abandonar el camino.
Otra
vez los abrazos de ánimo, las sonrisas cómplices, el fuego compartido, los
cantos que nos hermanan, las risas que vuelan como blancas cometas, el amor y
el humor que hacen posible soportar cada jornada.
Otra
vez seguirás adelante, qué remedio, porque si no no podrías volver a mirarte en
un espejo.
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