A
nuestra amiga Lola Ariño, siempre en el corazón
La muerte te envió su
tarjeta de visita
y le hiciste a tu pesar un
hueco en tu agenda.
La atendiste amable, como a
uno de tus enfermos,
escuchaste paciente sus
múltiples razones
y te fuiste con ella a andar
otras veredas.
¡Cómo duele tu ausencia, amiga!
¡Cuánto amor dejas tras de
ti,
pero también cuántas áridas soledades,
cuántos sentimientos silenciados,
cuántos abrazos que no te
daremos,
cuántas palabras a las
puertas del alma,
cuántas preguntas para
siempre ya huérfanas
de tu discreto y sabio juicio!
Nos queda el rastro de tu
vida en las nuestras,
recuerdos ardientes que se
posan dulces
como lluvia de verano en los
corazones,
luminosos como las últimas
nieves del invierno,
limpios como el aire de la primavera
en los verdes prados de la Sierra de Cameros.
Pienso en ti y la memoria se
inunda de risas infantiles,
de dolores que curan la
magia de tus manos,
de alegres días azules de sol y de montaña,
de largas veladas fraternas doliéndonos
del presente,
soñando el futuro, compartiendo
el pan y la vida.
Siempre permanecerá la vida
que nos diste,
tu amistad siempre atenta,
leal y confiada,
tu aguda sensibilidad, tu
amable ternura,
la dulzura infinita de tus
ojos,
de tus manos de mujer,
de tu entrega a los demás
humilde y generosa.
Tu vida, ese precioso regalo
que nos dejas,
que en nuestros corazones permanecerá
para siempre
guardada como una preciada
gema
que en días fríos y oscuros
nos dará su luz, su calor y su
aliento.
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