La gloria de estar muerto no puedo saberla.
La gloria de estar vivo, esa nunca fue bastante.
Manuel
Vilas
Es la vida un efímero paréntesis entre la nada y el
vértigo.
Lo oíste muchas veces
pero sólo ahora lo comprendes
cuando ya oteas en la distancia
la última curva del camino
y te sorprende descubrir
qué lejos queda tu infancia y sus paisajes
los ojos adorables de aquellas princesas morenas
que te amaron y a las que amaste con locura
o los sueños y esperanzas compartidas
que urdiste en el telar de juventud.
Has
disfrutado mucho, viajero,
aunque
hubo también días amargos
en que la
vida te pagó con falsa moneda:
el
desencanto, la traición,
la muerte
temprana de los amigos…
y guardas
viejas cicatrices en el alma
casi
tantas como en la piel.
Pero a
pesar de todo, sí, mereció la pena.
Algo has aprendido en estos años:
que somos hijos del barro y de la luz
que la vida no es un valle de lágrimas
que no existe ese mago tenebroso
al que llamaron Dios nuestros abuelos
ese juez inclemente con nuestras debilidades
ese cabrón cruel y artero
que se regodeaba en nuestro sufrimiento
ese arquitecto chapucero
que regía tan injustamente nuestros destinos
(para mayor
sospecha
siempre de acuerdo al interés de los poderosos).
Jamás querrías viajar con un ser tan miserable.
Te rebelaste contra el Dios de tus padres
el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
arcano de muerte y no de vida.
Amas la vida con inefable pasión
y por eso siempre has pensado
que el día que la Muerte llame a tu puerta
para ofrecerte la gloria o la nada
sin duda la mirarás de frente, cara a cara,
le sonreirás con ironía
y escupirás a sus cuencas vacías
con una mueca de desprecio.
Pero la antigua intuición
aún en días ásperos de sombras y desaliento
nunca dejó de abrirse camino en ti.
La reconoces en la
fuerza amorosa y creadora
que mueve la pluma de los poetas
que inspira los
gestos audaces de los profetas
la descubres cada día en las risas de tus hijos
en la mirada cómplice de tus amigos
en la sonrisa
tierna y comprensiva de tus amigas
en el milagro cotidiano del amor.
La ves en cada esfuerzo solidario
para construir un mundo fraterno
da igual de qué manos venga.
A veces esa fuerza brota en tu interior
y en días de debilidad disipa tu bruma y tu cansancio
o te habla al oído en tus largas soledades viajeras.
La contemplas en el prodigio de la creación en marcha
en la energía incontrolable del cosmos
que humilla la codicia de los hombres.
La has visto también en los ojos queridos
de quienes se
despedían de este mundo.
Hace tiempo que te resistes a llamarla Dios
estás harto de falsificaciones interesadas
la has llamado en tus versos
Madre, Viento, Vida, Amor
te has entregado a sus manos maternales
aferrado a la idea de que esa Luz que alumbra el barro
esa energía que actúa a través de nosotros
en medio del lodazal en que cada día
chapoteamos torpemente
de alguna misteriosa manera subsistirá
cuando todo haya acabado
que volveremos a ella
nos fundiremos en ella
seremos parte de ella
felices para siempre.
Y después de todo
si tu intuición fuera un espejismo, una vana ilusión
un deseo de definitiva venganza poética
si sólo somos polvo de estrellas
nada más y nada menos
y nos hemos de desvanecer en el vacío
para volver un día a ellas
qué más da
¡Es tan hermosa la inmensidad silenciosa del Universo!