A
J.A.M. in memoriam
Escuchando mis viejos vinilos, que para él son
reliquias de un extraño y remoto pasado, mi hijo me ha preguntado qué fue de
aquellos días de vino y rosas. He descubierto en el brillo de sus ojos negros,
los ojos de su madre, la misma irónica mirada de Jam, y no he sabido
contestarle.
Qué vulnerables éramos a los veinte años, qué duro
fue el despertar cuando acabó el tiempo de las esperanzas compartidas: ya no se
oían galopes de caballos a lo lejos ni aquel rumor de alfanjes que enervaba
nuestras venas y nos vimos desnudos en medio del desierto. Recuerdo bien, Jam,
tu estampa elegante, el cuello alzado de tu chupa de cuero y el cigarro en los
labios cuando nos arrastrábamos juntos, cada madrugada, empapando en alcohol
nuestras miserias. Oíamos a los Rolling, a Bob Marley, a U2 y a Queen, también
a Silvio, y vivíamos cada instante como si fuera el último. Gozamos mucho, sí,
pero cómo sufrimos… Nuestra vida era gris como tu barrio, vacía como el alma de
un demonio.
Ellas, bien lo sé ahora, fueron el ángel de esta
historia. Nos anclaron a la vida con su ternura implacable, con su amor
exigente nos enseñaron a amarnos. Pero tú no tuviste tanta suerte. Los mejores
no pudisteis aceptar tanta renuncia y escapasteis a lomos de la jaca siniestra
que llevó su locura hasta el abismo.
No, no quiero volver a recordar aquella mañana
helada, la llamada angustiosa de tu madre, tus ojos vidriosos que no pude
cerrar, tu cuerpo aniquilado, la piel azul de tu cadáver. Prefiero imaginarte
como te conocí, siendo poco más que un niño fascinado ante un gigante: la
sonrisa franca, la mirada irónica, el puño alzado sobre la barricada.
¡Si supieras, Jam, cómo cambió todo! Los que
sobrevivimos decidimos vivir en vuestro nombre, y aprendimos a amar la tierra,
a amar el agua y el viento, a defender los pueblos y a sus gentes, y nos
negamos a formar bajo ninguna bandera; y fuimos tejiendo, pacientemente, redes
de solidaridad en nuestros barrios; y un día comenzamos a dejarnos transformar,
hicimos nuestra la revolución silenciosa de las mujeres y, gracias a ello,
nuestras vidas grises fueron adquiriendo todos los tonos del arcoiris.
Pero un día se cernieron nuevos nubarrones, y los
artífices de este despiadado mundo global silenciaron nuestras voces,
arrebataron el futuro a nuestros hijos, arruinaron nuestras vidas y sembraron
de despojos nuestros paisajes. Otros jóvenes que ya no somos nosotros, Jam, nos
señalan con su dedo acusador, y nos declaran culpables, y nos dicen a la cara
que nunca entendimos nada, que nuestros ansiados sueños son un fraude.
Han pasado muchas lunas desde aquel tiempo que
compartimos, y ahora que ya peino algunas canas, amigo mío, me ha sorprendido
mi hijo adolescente escuchando emocionado nuestras viejas reliquias de los
ochenta y, mirándome con tus ojos, cargados de ironía, me pregunta qué fue de
aquellos días de vino y rosas. Pienso en todos los Jam, en todos los muertos de
mi felicidad, como cantara Silvio, y no sé qué contestarle.
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