Aquí en medio de la nada
un pueblo noble agoniza
destilando su antigua sangre de lodo
bajo las bardas de sus muros de arcilla
un pueblo de barro destinado a ser barrido
por las lluvias y el viento
a hacerse tierra con la tierra
que laboriosamente le infundió vida
(De Aragón
hablo, sabedlo,
mas pude
hacerlo de cualquier parte)
Apenas ya queda nada
-me cuenta una paisana-
de aquel paisaje de nuestra infancia.
Como el viento abre cicatrices en la estepa
así los años han surcado nuestros rostros
nuestras almas y
nuestro mundo
han quebrantado
De nada sirve lamerse las heridas
pregonar las deudas de la historia
o airear con orgullo nuestra estirpe
indómita de
pequeños hidalgos
(Dejemos para otros
tan patético
oficio)
Pero, hermana,
tú bien sabes
que el polen no llueve del cielo
Toma un puñado de arcilla
y amásala entre tus dedos
Es esta materia humilde
lo único que en verdad poseemos:
Tus manos y mis manos
la única certeza
nuestro amor a la tierra
y esta inquebrantable
voluntad de permanencia
¿Recuerdas cuando de niños
hacíamos chamizos
de cañas junto al río?
Así haremos ahora
Y aunque el cierzo se empecine
en derribar nuestra casa
desafiaremos a los dioses
y nunca reblaremos
pues no nos queda otra cosa
que el milagro del barro
y el amor que lo amasa.
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