Hoy estoy triste, muy triste. Tras veinte años juntos mi amiga,
mi amada compañera, me ha dejado para siempre.
¡Si supiérais cómo me oprime la nostalgia de tantos días
felices e inolvidables que compartimos, de tantas noches ardientes de verano
recostado en la calidez de su vientre bajo la luz de las estrellas!
De jóvenes formamos una pareja terrible y letal como el arma
de su nombre. Siempre estuvo a mi lado, nunca me falló mi dulce amiga alemana.
Juntos recorrimos viejos caminos polvorientos y modernas autopistas, hollamos
todos los paisajes de Europa desde los hielos del norte a los olivares del sur.
Siempre añoraré, amiga, tu perfil de viento, tus anchas caderas, tus
curvas de plata, tu sobria belleza germana o ese ronroneo perezoso tan tuyo
cada vez que te despertaba con cariño para
iniciar un nuevo viaje.
Pero tu viejo corazón de acero no ha podido más y ha
reventado dejando un reguero de aceite y gasoil sobre el asfalto ardiente del
Puerto de Paniza.
Astra 1.7 TDI caravan. ¡Cómo amaba tus cuatro cilindros, tus
noventa y cinco caballos, tus vidrios tintados, tu dirección asistida!. Gracias amiga por cada uno de los trescientos
mil kilómetros que me diste, por soportar con paciencia infinita mis malos
tratos, gracias por aquella vez que me dormí al volante en la autovía y fuiste a posarte suavemente en la mediana.
Perdóname por haberte descuidado, por haberte dejado en
manos de un mecánico desconocido y grasiento que, en un taller de Cariñena
abarrotado de chatarra, te ha mirado con desprecio y con malos modos ha pronunciado
la sentencia fatal. Ni siquiera he podido velarte y darte el entierro que tú te
mereces. Tras recoger tus pobres despojos he cerrado tu único párpado para
siempre, y te he despedido besando la
frente dura y fría de tu capot.