sábado, 2 de julio de 2011

NOCTURNO


Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Alejo Carpentier

Todo ha quedado atrás: los vasos vacíos, los ceniceros llenos, los amigos que te quieren y que esperaban verte. Tienes esta noche las manos negras, el corazón sudado como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo

Al llegar al hotel has dejado que  el agua corra abundante sobre tu piel despojándola del sudor polvoriento y metálico de esta ciudad sin viento.

Papeles sobre la mesa, una pluma, un analgésico. Las doce de la noche.

Te asomas a la ventana como lo hace a estas horas en su cabina el viejo capitán de navío que sólo a las estrellas confía su derrota. Zumban allí abajo los ejércitos de luciérnagas motorizadas. ¡Cómo te abruma esta ciudad prodigiosa y despiadada!

Tirado sobre la cama, el dietario testifica los pormenores de la jornada: una reunión tediosa, un decisivo encuentro que en dos horas y media se saldó en tablas sobre el mantel a cuadros de un restaurante francés. Pero lo más importante, lo que te hará volver, no aparece en sus páginas. Sus solapas ajadas esconden tu más preciado tesoro, el pequeño cuaderno de piel preñado de nombres. Bien sabes tú que al final del trayecto sólo esto quedará: las personas queridas, el recuerdo de unos pocos instantes luminosos, tal vez algunos libros que leíste o que soñaste escribir.

Suena el teléfono. Una mariposa acaba de estrellarse contra el cristal de la ventana.

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