Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Alejo Carpentier
Todo ha quedado atrás: los vasos vacíos, los
ceniceros llenos, los amigos que te quieren y que esperaban verte. Tienes esta noche las manos negras, el corazón sudado como después de luchar hasta el
olvido con los ciempiés del humo.
Al llegar al hotel has dejado que el agua corra abundante sobre tu piel despojándola
del sudor polvoriento y metálico de esta ciudad sin viento.
Papeles sobre la mesa, una pluma, un analgésico. Las
doce de la noche.
Te asomas a la ventana como lo hace a estas horas en
su cabina el viejo capitán de navío que sólo a las estrellas confía su derrota.
Zumban allí abajo los ejércitos de luciérnagas motorizadas. ¡Cómo te abruma
esta ciudad prodigiosa y despiadada!
Tirado sobre la cama, el dietario testifica los
pormenores de la jornada: una reunión tediosa, un decisivo encuentro que en dos
horas y media se saldó en tablas sobre el mantel a cuadros de un restaurante
francés. Pero lo más importante, lo que te hará volver, no aparece en sus
páginas. Sus solapas ajadas esconden tu más preciado tesoro, el pequeño
cuaderno de piel preñado de nombres. Bien sabes tú que al final del trayecto
sólo esto quedará: las personas queridas, el recuerdo de unos pocos instantes
luminosos, tal vez algunos libros que leíste o que soñaste escribir.
Suena el
teléfono. Una mariposa acaba de estrellarse contra el cristal de la ventana.
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