Es un martes cualquiera. Como tantos amaneceres, varado entre la niebla, me espera el dragón
dormido. Su panza devora el somnoliento desfile de empresarios uniformados de
terno gris, de funcionarios del Estado, de inquietos opositores, de políticos
locales, de profesionales, de sindicalistas, de artistas...
El monstruo de hierro serpentea sobre
el terrón brumoso que rodea mi ciudad, sobre los campos helados, sobre mi amada
estepa lunar, árida y desierta como un inmenso cementerio atómico. De pronto,
surge allá abajo la refulgente esmeralda del Jalón, su fértil vega abierta a
los aires del Moncayo. Y leo a Gioconda Belli:
Mi
deseo de vos, amado,
es
como el viento en las colinas de Waslala,
corriendo
sin parar
y
siempre regresando.
En Calatayud, una mujer se sienta a mi
lado. Es joven, muy joven. Es hermosa. Es del Sur. Me fijo en sus manos
pequeñas de jornalera barata, en sus uñas postizas lacadas en rojo, en la
pulsera dorada con su nombre grabado, en su cara morena, en los dos pumas
andinos que brillan en sus ojos. Se ha quedado sin batería y necesita llamar a
Madrid. Le presto mi móvil. “¿Qué lee usted, señor?”. Recito para ella:
Jadeo de tristeza
y lloro de amor encerrada
como tigre enjaulado
en las noches,
oyendo tu palabra,
tu cabeza en la almohada lejana.
“¿Le gusta la poesía? Es usted todo un
caballero romántico”. Hablamos largo rato; o, por mejor decir, ella me habla y
yo escucho. Escucho una historia larga y triste sobre su infancia limeña, su
llegada a Madrid, su huída a Calatayud,
su trabajo en un hotel. Pero ahora vuelves junto a tu hombre, me cuentas
ilusionada, y dices que ya no toma, que ha encontrado un buen empleo, que promete respetarte, que quieres darle otra
oportunidad.
Qué seré para vos, amado
en este trapiche
donde no quedará nada en pie de nuestra estatura,
en estos días en que todo es más vivo
porque cercana está la muerte.
¿Cómo decirte, Paulina, que has cogido
el tren equivocado? Huye. Bájate en Guadalajara. No, que ya la hemos pasado.
Estamos entrando en Madrid. Salta. Mejor espera. Yo te ayudo. Baja a las vías
por el otro lado y escapa por el siguiente andén.
Pero todo es inútil. Paulina está
ilusionada. Paulina está enamorada. Y este caballero español parecía romántico,
pero no entiende de amor, y el tren ha parado, y ella me tiende su mano y yo
beso su mejilla y pongo entre sus dedos sangrantes mi tarjeta (si descubres que
estás equivocada, no lo dudes, llámame).
Es un martes cualquiera. Paulina está ilusionada. Paulina está
enamorada. Paulina salta al andén trece confiada y risueña. Y allí se queda,
radiante y feliz en brazos de su asesino.
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