sábado, 28 de enero de 2012

NUNCA PASA NADA




















La ciudad fría y azul acoge ingrata el eco de mis pasos.
Llueve mansamente y los bares de mi pecados,
las entrañables tabernas de la ciudad romana,
antes alegres y ruidosas, están vacías.
Me sorprende el tenebroso silencio gris
de las calles deshabitadas, de las plazas apenas pobladas
por algunos adolescentes inquietos y bulliciosos
como bandadas de estorninos otoñales.

Este silencio de plomo me llena de nostalgia,
me recuerda otra época triste y oscura, otros inviernos
en días de juventud, años de estudiante pobre
desafiando al futuro entre la rebelión y la amnesia.
Pero ahora ni siquiera tenemos absenta como antaño
o aquel cannabis negro que adormecía nuestra rabia
y sólo nos queda plantar cara a la vida
desamparados y desnudos.

Mientras tanto la muerte siembra su simiente cada día
en amables cartas de despido,
en eres juiciosamente argumentados,
en expedientes de desahucio
por no poder hacer frente a la hipoteca.
Y aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

¿Cómo consolar a un hombre que se derrumba, dímelo,
cómo consolar a una mujer destrozada
que lo ha perdido todo con cincuenta años,
cómo explicarle a nuestros hijos que ese futuro
que empezaban a acariciar
es escarcha congelada entre sus dedos?
Pero aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

Ayer se publicaron datos oficiales.
Y dicen que la mitad de los jóvenes no encuentran trabajo,
que dos millones de trabajadores han perdido sus empleos,
que el hambre es ya el único plato en un millón de mesas,
que no hay esperanza a la que poder aferrarse.
Porque aquí no pasa nada.  Porque aquí nunca pasa nada.

En Bruselas los banqueros juegan al gato
y al ratón con los gobiernos
y en mi ciudad cada noche de este invierno
doscientos seres humanos duermen en las aceras.
Y suben los precios y bajan los sueldos
pero aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada. 

El Presidente ha dicho que tendremos
que asumir mayores sacrificios,
que estemos tranquilos que pronto bajará los impuestos a los ricos
a ver si tienen a bien darnos un trabajo mal pagado.
Y la prensa calla cuando no canta las bondades del gobierno.
Para que no pase nada. Para que aquí nunca pase nada.

El ministro de Economía sonríe
alegre como está de poner disciplina a tanto derroche.
Y se cierran escuelas y centros de salud
y las guarderías infantiles y las piscinas de los pueblos,
y se suprimen las ayudas sociales, y la cooperación al desarrollo.
Pero aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

Los ayuntamientos suprimen lujos innecesarios:
las subvenciones culturales, los teatros,  las bibliotecas…
que en tiempos de crisis siempre molestaron los artistas y los poetas,
esa gente nunca fue de fiar pues piensa con el corazón.
Pero el pueblo, sacrificado y comprensivo, lo sabe entender.
Por eso aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

Y yo os pregunto, ¿cuál es el límite de la paciencia de un pueblo?
¿Cuándo llegará ese ansiado vendaval del himno de Aragón
que arrastre tanta mentira y deje al desnudo la verdad?
¿Cuándo la rebelión ciudadana empezará a poner
los cimientos para una nueva justicia?
¿Cuánta miseria habrá antes que acumular
para que la fuerza que del dolor surge
nos arrastre y nos desborde?

lunes, 9 de enero de 2012

LOLA


 





















A nuestra amiga Lola Ariño, siempre en el corazón


La muerte te envió su tarjeta de visita
y le hiciste a tu pesar un hueco en tu agenda.
La atendiste amable, como a uno de tus enfermos,
escuchaste paciente sus múltiples razones
y te fuiste con ella a andar otras veredas.

¡Cómo duele tu ausencia, amiga!
¡Cuánto amor dejas tras de ti,
pero también cuántas áridas soledades,
cuántos sentimientos silenciados,
cuántos abrazos que no te daremos,
cuántas palabras a las puertas del alma,
cuántas preguntas para siempre ya huérfanas
de tu discreto y sabio juicio!

Nos queda el rastro de tu vida en las nuestras,
recuerdos ardientes que se posan dulces
como lluvia de verano en los corazones,
luminosos como las últimas nieves del invierno,
limpios como el aire de la  primavera
en los verdes prados de la Sierra de Cameros.

Pienso en ti y la memoria se inunda de risas infantiles,
de dolores que curan la magia de tus manos,
de  alegres días azules de sol y de montaña,
de largas veladas fraternas doliéndonos del presente,
soñando el futuro, compartiendo el pan y la vida.

Siempre permanecerá la vida que nos diste,
tu amistad siempre atenta, leal y confiada,
tu aguda sensibilidad, tu amable ternura,
la dulzura infinita de tus ojos,
de tus manos de mujer,
de tu entrega a los demás humilde y generosa.

Tu vida, ese precioso regalo que nos dejas,
que en nuestros corazones permanecerá para siempre
guardada como una preciada gema
que en días fríos y oscuros
nos dará su luz, su calor y su aliento.

viernes, 6 de enero de 2012

SANGRE

















Trickle drops! my blue veins leaving!
O drops of me! Trickle, slow drops,
Candid from me falling, drip, bleeding drops,
From wounds made to free you whence you were prison’d.
                                                                       Walt Whitman, Calamus

¡Caed gotas! ¡Abandonad mis venas azules!
¡Oh, gotas mías! ¡Caed, lentas gotas!
Con candidez desprendeos de mí, fluid, sangrantes gotas,
De las heridas abiertas para libertaros de vuestra prisión.
Walt Whitman, Calamus


En el Centro de Donantes he rellenado el cuestionario, he pasado el control médico y me he recostado con no pocos reparos en aquel butacón rojo, presto a devorarme, que parecen los labios de Mick Jagger.

Atendido por una eficiente enfermera, enseguida he sentido el ligero escozor de la vía en la vena y el líquido oscuro ha empezado a fluir muy lentamente.

Mientras comienza a llenarse la bolsa de esa pringosa y grasienta sopa granate con la viscosidad del petróleo pienso que, entre los muchos renglones torcidos de la naturaleza, no es el menos sorprendente que sea una materia tan detestable el néctar de la vida.

Desde luego, si alguien pensó esto es un colosal ingeniero, un científico genial, un músico quizás, no un pintor ni un poeta. Por eso Dios nos necesita tanto como nosotros a Él. Si no la embellecemos con imágenes y palabras hermosas, menuda chapuza es a veces la creación.

Donar sangre no me causa mareos ni ninguna sensación desagradable.  Por el contrario, me provoca una dulce y serena somnolencia que debe ser parecida a la que habitualmente se halla a las puertas de la muerte.

Me muero un poco, sólo un poco, mientras gota a gota la bolsa se va llenando de espesa sangre del grupo A negativo, la sangre de mi padre, la sangre de mi hijo.

¿A quién irá a parar? ¿Cómo serán aquellas varias decenas de personas que van por el mundo con mi sangre en sus venas?

Recuerdo lo que me impresionó ver en las cuevas del río Vero las manos tintas de sangre de aquellos cazadores del paleolítico impresas en las paredes. Sangre de sus víctimas animales, tal vez también de sus enemigos. Todo el devenir de nuestra especie en la tierra está escrito en trazos de sangre.

Sangre que labró la historia, sangre que construyó los imperios; sangre inútilmente derramada por los parias de la tierra a través de muchas generaciones para edificar la opulencia y el poder de unos pocos.

Cada ser nace a la vida en medio de un escándalo sangriento  y cada vez que la humanidad se pone de parto, −algunos dicen que todo apunta a que pronto ha de llegar de nuevo ese terrible momento−, resuelve su gestación en una orgía de sangre.

Dicen que el principal componente de la sangre, el plasma, tiene una química muy similar  a la del agua de los océanos.

Sí, todos los hombres y las mujeres somos hijos de la mar.

Es el viento y la sal de los mares lo que fluye por nuestras venas, lo que impulsa nuestras ansias de eternidad.

De las aguas venimos y a las aguas volvemos.

Me dejo arrastrar a esta mar cálida y diamantina,
a este magma acuático del que surgió la vida.

¡Quiero nadar en las aguas del tiempo,

quiero desentrañar sus misterios,

hundirme lentamente en ellas
extasiado por la tenue luz que ilumina sus profundidades!

Me voy sumergiendo al tiempo que una extraña placidez
nubla poco a poco mis sentidos.

…………………………………………….


-          Te encuentras bien, Viator. ¡ABRE LOS OJOS, POR FAVOR!

Es la enfermera que me sacude y me mira con cara de alarma. Le dedico para tranquilizarla la mejor de mis sonrisas y le guiño un ojo a lo Humphrey Bogart.

¡Ay, tú también, hermosa sacerdotisa mal pagada que con tanto celo preservas los secretos de la Casa de la Sangre; tú también eres hija de la mar!