domingo, 23 de diciembre de 2012

SOY VIATOR






Soy Viator, el viajero.  Arrastro por los caminos cada día mis casi setenta kilos de peso,  mi metro setenta y tantos de frágil estatura, la mala  salud de hierro de mi cuerpo mortal, fibroso y duro de caminante.

Pude haber sido un paciente profesor, un abogado eficiente, un periodista exitoso, pero elegí por mi mala cabeza ser sólo un viajero solitario. No me arrepiento. Gracias a eso soy tan inmensamente rico como pobre de bienes soy. No me importa el dinero. A veces pienso que debiera ser más pobre para atesorar mayores riquezas.

Aunque me educaron para contener mis sentimientos, tengo demasiado delicada la piel del alma y me emociono, sufro y gozo más que el común de los mortales; soy de lágrima fácil, de sonrisa fácil también.

Os confieso que me hubiera gustado ser sabio, conocer muchas cosas que nunca encontré ni encontraré tiempo para ponerme a aprender. Pero aunque soy un ignorante, la vida me otorgó algunos dones y mis viajes algunas sabidurías que procuro aprovechar: sé leer en los ojos de la gente, sé intuir la bondad y la mezquindad en las personas y oír con claridad las palabras que se sienten y se callan; sé escuchar a todos, comprender y consolar a quienes sufren.

Me corrompe la estupidez y me subleva la codicia y la injusticia. Me gustaría gritarle a la cara a quienes se creen poderosos, y a veces lo hago, que muy pronto morirán y que la vida es demasiado corta para que felicidad de todos no sea nuestra única obligación y la alegría nuestra única bandera.

A veces soy egoísta, vanidoso, despistado, cabezota, desatento y tímido, bien sé yo que estos son mis pobres defectos que cada día procuro evitar y que no los sufran  mis compañeros de viaje. Soy un solitario. Soy mejor persona en la media distancia que en las amistades íntimas, que a veces me cohíben y que no sé cuidar. Pero con quienes me quieren soy cuando me necesitan leal y generoso hasta el límite de mis fuerzas, y ellos y ellas me corresponden excusando mis debilidades.

Soy sólo un hombre.
Soy un hombre que ama y respeta a las mujeres.
Soy lo que de mí han hecho las personas que me han amado.
Estoy empezando a hacerme viejo.
Lo noto porque cada día  me apasiona más la vida,
porque cada día me conmueve más la belleza,
porque cada día lloro más
y porque me duele el mundo
y el riñón izquierdo.
Estoy aquí de paso.
Soy Viator, el viajero.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

TRAVESÍA


           











           




                             (“A oscuras todavía se intuía la calidez de una nueva luz…”)

Las noches se poblaban de fantasmas,
de cantos seductores de sirenas,
de nieblas cegadoras,  pavorosas,
mientras en los arrecifes sonaban las campanas.

¿Quién habló de una  fácil  travesía?
La mar está  agitada
y las olas asaltan  la cubierta,
aunque a veces certeras luces irrumpen
en las sombras y fijas a lo lejos
tu  mirada.

Sin duda llegará una nueva luz,
un nuevo sol cálido y amable
y en nuestra nave humilde,
desarbolada y hermosa,
compartiremos tardes luminosas y ardientes.

Volveremos a  mirarnos con sonrisas cómplices,
a perseguir como locos molinos de viento,
a conjurar este tiempo de oscuridad y de acero,
a juguetear  como niños perdidos
en los abismos de nuestra risa.

Y allí estarás tú,
altiva y bella,
desafiando  todas las tormentas,
poniendo fin a estos días de violetas,
trayendo la estación de la alegría.

martes, 30 de octubre de 2012

NEGRA LUZ DE LOS INVIERNOS


















El invierno ha irrumpido bronco, ventoso y húmedo; ha desnudado el jardín, ha roto las ventanas y se ha adueñado de la casa como un huésped impertinente e incómodo.

El frío ha barrido este otoño desabrido de agonías y nostalgias.

Busca el amor refugio bajo la suavidad de edredones de plumas, bajo tiesas mantas raídas, bajo la liviana cúpula protectora del roto paraguas que esta tarde compartimos.

¡Ay amor tentador, divino y perverso, dulce calor compartido, único conjuro frente a la soledad de los inviernos!

El amor me hizo apreciar el buen juicio de Eva, pues no hay ningún placer en el solitario quebrantamiento de la ley y no hay fruta más deseada que la fruta prohibida.

El invierno nos invita a desafiar a los dioses, a darle ocasiones a la locura, a promover rebeliones quién sabe si baldías, a baldear la cubierta del alma hasta sacarle su antiguo brillo.

Paseamos por nuestro barrio. La calle está habitada y los comercios vacíos.

Jóvenes ancianos toman posesión cada anochecer de los cajeros mecánicos de los bancos; nuevos mendigos se refugian en las ultramodernas estructuras arquitectónicas, en los prodigiosos puentes que cruzan el Ebro.

¿Quién dijo que para nada servía una exposición universal? Deberían abrir al público la Torre del Agua para poder matarnos más heroica y honorablemente.

Negra luz de los inviernos. Dicen que será un invierno largo y frío, que este año han emigrado las cigüeñas, los ánades reales y hasta los halcones peregrinos que anidan en los rascacielos.

Negra luz de los inviernos. Qué inquietud que produce la espesura helada de este silencio.

Suena a lo lejos la música de un triste y tenue bolero. Y me miras, y te miro.

 ¿Qué tal amor si, mientras lo inevitable nos alcanza, me abrazas y bailamos?


  

domingo, 16 de septiembre de 2012

LA MANIFESTACIÓN
















Esta guerra soterrada y sucia
llena de cieno los corazones,
de resignaciones cobardes,
de odio y de amargura.
Contra eso luchamos cada día
y por eso, sólo por eso,
siguen ganando la partida.

Pienso en ello cuando veo
las calles llenarse
de este pueblo alegre y contradictorio,
cuando leo y oigo sus gritos rebeldes,
sus prodigiosas intuiciones,
sus ingenuos y a veces peligrosos
disparates.

Los abejorros siniestros del gobierno
sobrevuelan amenazantes
este precioso mar de colores y calores
que hoy ha inundado Madrid.

Bien saben ellos que
somos muchos menos
de los que quisiéramos ser,
pero ya muchos más
de los que quisieran ver.
Por eso mañana volverán a sonar
las campanas del odio,
a silenciar las plumas,
a domar a los rebeldes.

Mañana la revolución de los ricos
seguirá avanzando
con pasos implacables
arrasando los derechos y la libertad
del pueblo, pisoteando la democracia
como un campo de amapolas.

Pero no podrán con nosotros, nunca podrán.
Porque día a día seremos más y más,
porque día a día iremos aprendiendo
a superar las mezquindades que nos rompen,
a tejer con nuestras voces
preciosas polifonías multicolores
con la nueva democracia como única bandera
y la alegría como único estandarte.

miércoles, 5 de septiembre de 2012


















QUÉ QUEDA DE TI

Tenías un aire tímido pero a la vez altivo,
los rasgos suaves, el cuerpo fibroso y ágil,
delicadamente varonil, casi femenino,
dualidad efébica apenas rota
por la gravedad de tu voz,
por aquella mirada afilada y curiosa,
a veces obnubilada y reflexiva,
que observa la vida con ilusión y soberbia.

Revisando tus viejas fotos en esta tarde
triste y ventosa de casi otoño
has vuelto a preguntarte qué queda de ti,
de aquel que tú has sido,
de aquel joven juncal y aguerrido
cuya voz llenaba el aire
de dardos y amapolas,
de aquella mirada firme,
de aquel andar decidido,
de aquella sonrisa fácil,
vibrante y generosa.

Como el tiempo desvanece los colores
en las viejas estampas
así ha desgastado tus rasgos juveniles,
ha endurecido tu rostro,
ha pintado en tu boca una mueca de ironía
y un deje de amargura en tu mirada.
¿Sabiduría? ¿Decadencia?

Pero en tus ojos cansados
permanece un tenue destello
de aquella antigua ilusión.
Y hoy quiero creer y creo
que es el amor a la Vida,
que es el amor al Amor.

jueves, 12 de julio de 2012

UN MAL SUEÑO




















No sé qué o quién me inquieta. Estoy en una ciudad pequeña que vagamente recuerdo, que me trae imágenes de tiempos muy lejanos. Vago sin rumbo por sus calles oscuras, por sus angostas aceras grises y sucias. Está anocheciendo.

Salgo a una plaza amplia y cuadrada, es la típica plaza medieval de las villas castellanas o extremeñas. Allí se presenta ante mí un espectáculo espeluznante: Un hombre está siendo desollado vivo atado a una picota; otro espera su fin arrodillado en lo alto de un patíbulo; una mujer arde en una hoguera entre terribles alaridos; a otra, completamente desnuda, la están atormentando a golpes de látigo.

Me sorprende que los verdugos son hombres correctos, parecen ejecutivos rigurosamente trajeados, llevan ternos negros, corbatas azules, camisas blancas.

Veo de repente brillar el filo de un sable en las manos de uno de los hombres de negro y la cabeza de un obrero, una cabeza grande, barbada, digna, bruñida de sol y viento, cae ensangrentada a mis pies. La cabeza lleva un casco de minero.

Los hombres de negro han reparado en mí y me persiguen ahora armados de mazas, de látigos, de cuchillos y sables. Tratan de darme alcance, pero consigo esquivarlos y escapo a todo correr por una de las calles que dan a la plaza. Pero esa calle se estrecha más y más hasta convertirse en un angosto callejón, en una siniestra gruta sin salidas, y llega un momento en que apenas puedo pasar entre las paredes que aprisionan mi cuerpo.

Es horrible el agobio, la claustrofobia, la asfixia que siento, pero al fin encuentro un estrecho portillo, lo abro y accedo a una amplia plaza cuadrada alumbrada por antorchas.  Y resulta ser la misma plaza cuadrada de antes donde los hombres de negro atormentan a sus víctimas, y al verme se lanzan de nuevo con furia hacia mí. Oigo una voz a mis pies, es la cabeza del minero que me habla: “No huyas. Haz como yo, lucha hasta la muerte”.

Los hombres de negro, sin dejar de estar trajeados con sus ternos negros, sus camisas blancas, sus corbatas azules, llevan ahora cascos de policía antidisturbios, y en formación prusiana, los de delante rodilla en tierra, disparan contra mí. Siento el impacto de los proyectiles, su aguda quemazón en mis brazos, en mis piernas, en mi pecho, en mi vientre, en mis testículos.

Me arrastro como puedo, transido de dolor, y consigo alcanzar otra calle, y ésta resulta ser aún más estrecha y agobiante que la anterior. Cuando estoy a punto de ahogarme entre sus muros, cuando ya no puedo aguantar más la angustia, consigo encontrar una salida. Y, joder, vuelve a ser la misma plaza donde vuelven a perseguirme las sombras amenazantes de los verdugos. Los hombres trajeados de negro portan ahora enormes tonfas y me cierran el paso y me rodean dispuestos a emplearse a fondo en mi castigo. Al primer golpe caigo al suelo. Me desespero y grito y despierto empapado en sudor y en lágrimas.

Menos mal, ha sido todo un mal sueño, una estúpida pesadilla. Me levanto y poco a poco me voy tranquilizando. Tomo una ducha tibia y un magnífico desayuno.  Es ya muy tarde, quizá anoche bebí más de la cuenta.

No le debo dar más importancia a este tipo de sueños tortuosos que tengo de vez en cuando, tal vez porque me tomo las cosas demasiado a pecho, porque me preocupo demasiado, porque vivo los acontecimientos de la vida con excesiva intensidad. Más me vale, desde luego, aprender a vivir las cosas con más sosiego.

Hace una mañana preciosa de verano. Ahora, tras oír las noticias y leer la prensa digital, saldré un rato a pasear en bicicleta. Menudo lujo estar de vacaciones en un día tan hermoso como éste.

Enciendo el televisor. El Presidente del Gobierno, vestido de riguroso traje negro, con camisa blanca, con corbata azul, está presentando su último paquete de reformas.

lunes, 28 de mayo de 2012

EL DESAHOGO DE SÍSIFO




Otra vez las batallas humildes que se pierden, las pequeñas batallas que se ganan en eterno combate mientras anhelamos la victoria decisiva.

Otra vez sin certezas que nos guíen como aquel a quien sorprende la oscuridad bajando la escalera y no encuentra un pasamanos que conduzca sus pasos vacilantes.

Otra vez la realidad imponiéndose al deseo, las míseras crueldades cotidianas, las soledades áridas, las renuncias, el miedo, la cobardía, el egoísmo, la estúpida ceguera que impide el advenimiento de una nueva era.

Otra vez la montaña allá a lo lejos, promesa de una tierra fértil, y en medio la inmensidad de este desierto ingrato, que amenaza la vida y pudre los cuerpos y las conciencias.

Otra vez el cansancio y el dolor que se adueña de los corazones, la fatiga de la que cada vez es más difícil sobreponerse, la tentación de abandonar el camino.

Otra vez los abrazos de ánimo, las sonrisas cómplices, el fuego compartido, los cantos que nos hermanan, las risas que vuelan como blancas cometas, el amor y el humor que hacen posible soportar cada jornada.

Otra vez seguirás adelante, qué remedio, porque si no no podrías volver a mirarte en un espejo.

lunes, 14 de mayo de 2012

LA LUZ




















Hoy he sentido esa misma luz, aquella luz del último verano de mi infancia que hacía que todo brillara renovado y hermoso y la vida se abriera ante mí como un regalo precioso y anhelado.

Quince días de septiembre en la costa de Tarragona en un apartamento prestado decorado con motivos marineros era lo más parecido a un verano de sol y playa que mis padres en aquel tiempo podían ofrecernos.

Yo era por entonces un chaval algo taciturno y solitario que amaba el mar y aislarme en lo posible de mi numerosa tropa familiar.  Descubrí entonces la belleza y el silencio de las profundidades marinas.

Cuando toda la familia se reunía en la playa en medio de un trajín de toallas, de hamacas y sombrillas o de cubos y palas de los más pequeños, cuando se abría el festival reptiliano de pieles sonrosadas bajo el sol infernal de mediodía, cogía mis gafas, mi tubo y mis aletas de buceo y me perdía entre las rocas del litoral.

La costa catalana no estaba aún por completo arrasada. Pronto descubrí que, frente a la playa, el mar ocultaba una esplendorosa pradera verde de posidonia y que, algo más allá, a escasos metros de los acantilados, los corales, gongonias y anémonas formaban un arrecife multicolor de impresionante belleza. Poco a poco fui descubriendo y haciendo mío aquel nuevo mundo.

Aquellos veranos pasé largas horas flotando en aquellas aguas diamantinas, mirando extasiado la luminiscencia de los lábridos,  los bancos de jureles o doradas, contemplando los antias, las lubinas, los meros, los rubios, los cabrachos, los jureles, los peces escorpión; de vez en cuando, me sumergía para juguetear con una estrella de mar, perseguir un banco de peces de brillantes colores, poner en fuga a un pulpo o recoger una caracola.

Poco a poco me fui adentrando más y más, y así fue como un día descubrí que, más allá de los arrecifes, en aguas más profundas, yacía sobre el lecho arenoso un viejo barco hundido. Al principio percibí apenas la silueta negra de su cubierta, tendida ligeramente de costado a unos veinte metros de profundidad. 

El último verano en aquella playa, tenía yo catorce años, intenté una y otra vez descender hasta él, pero cualquiera que haya probado a hundir su cuerpo desnudo en el mar sabe que, como explicó Arquímedes, es una tarea imposible, más aún para un buceador poco experimentado. Aleteando con fuerza hacia el fondo conseguía descender unos metros adentrándome en aguas cada vez más oscuras y frías, pero llegaba un momento en que no podía superar el empuje de las aguas, me dolía el pecho y los oídos como si fueran a estallar, las piernas se me entumecían por el frío y el esfuerzo y el miedo se apoderaba de mí.

Llegar hasta aquel pecio se convirtió en una obsesión, en la pequeña locura de aquel joven capitán Ahab que yo entonces me creía. La figura fantasmal de aquel barco me perseguía  en mis sueños y cada mañana me despertaba sin otro afán que cumplir el anhelo de llegar hasta él. Poco a poco conseguí sumergirme más y más y llegué a acercarme a apenas unos siete metros de su superficie, a apreciar su cubierta y sus bordas, cuajadas de anémonas, su chimenea enhiesta aún junto a los restos de su alcázar, o el gran boquete que se abría en su amura de babor producto sin duda del impacto de un torpedo. Hoy sé que se trataba de uno de aquellos mercantes hundidos en aquellas costas durante la guerra civil por los submarinos alemanes cuando trataban de servir pertrechos y armas para la defensa de la República.

Descendía una y otra vez hasta que, aturdido por la hipoxia, me rendía y volvía a ascender a la superficie. Abajo me recibían las aguas heladas, la oscuridad tenebrosa del abismo marino, el misterio anhelado, el riesgo y la muerte temidos y atrayentes; arriba me acogían las aguas cálidas, la luz, el aire, la vida. Pocas sensaciones recuerdo más placenteras y hermosas que las de aquellos días cuando volvía  a abrir los ojos a la luz del sol, la piel a su calor y los pulmones al aire vivificador de la costa tras haber practicado la apnea hasta el límite.

Una tarde, mientras cogía cangrejos entre las rocas del litoral descubrí un grupo de alemanes dedicados a la pesca submarina. Justo cuando pasaba por allí salían de las aguas y, dirigiéndose por gestos a mí, me regalaron un inmenso pulpo que acababan de pescar. Me fijé en sus equipos. Tenía la solución.

A la mañana siguiente me dirigí hacia el pecio a nado empujando una pequeña colchoneta neumática. En ella llevaba un viejo macuto militar, que utilizaba para mis libros escolares, cargado de piedras; imitando a los submarinistas me proponía utilizarlo como cinturón de lastre. Además había taponado cuidadosamente mis oídos con algodones encerados. Me até fuertemente la correa a la cintura, respiré varias veces profundamente y me hundí en las aguas.

Llegué. Ya lo creo que llegué al barco hundido. Paseé por su cubierta empezando por la proa hasta llegar a su alcázar y, cuando iba a nadar hacia popa buscando el acceso a la sentina, me di cuenta de que ya no podía aguantar más la respiración y empezaba a sentir mareos. Resolví, como tenía previsto, desatar el macuto que pendía a mi cintura pero no pude deshacer el nudo. Intenté entonces ascender arrastrando esa carga pero resultaba imposible. Traté de vaciar la bolsa, pero mis dedos entumecidos por el frío y la hipoxia no acertaban a abrir las hebillas.

El pánico se apoderó de mí. Estaba ya a punto de desfallecer rendido ya a la evidencia de que aquel barco sería mi tumba y en unos instantes, como cuentan quienes han estado en parecidos trances, pasaron ante mí un buen número de imágenes de mi corta vida. Recuerdo que pensé en lo estúpidamente que moría y que sentí un infinito dolor por mi madre consciente de la angustia que sentiría cuando pasaran las horas y los días sin encontrarme. Pero afortunadamente me había fijado que los submarinistas llevaban cuchillos y yo, por pura imitación, había cogido mi navaja de campamentos que había colgado de la cadena de mi medalla. Aturdido conseguí con un último rastro de conciencia cortar la correa y abandonar el lastre que me hundía.

Apenas recuerdo lo que pasó en los siguientes minutos. Mi memoria guarda la vaga imagen de un hermoso cono luminiscente que me atraía y por el que me acabé introduciendo (¿Era el sol proyectado sobre las aguas superficiales o era otra cosa…?), la inmensa paz y la felicidad que sentía, la visión sorprendente de mi propio cuerpo flotando sobre las aguas. Supongo que ascendí, los cuerpos siempre ascienden, y que por azar, o tal vez por otra razón, quedé tumbado boca arriba sobre el mar sin que apenas entrara agua en mis pulmones y el suave oleaje, como la mano de un ángel, me fue meciendo hasta posarme en la orilla. 

Cuando recobré el conocimiento estaba de espaldas sobre una roca. Tosí durante mucho rato. Tenía la piel de todo el cuerpo azulada por la falta de oxígeno y la hipotermia y ligeros arañazos en las piernas y la espalda. Poco a poco pude incorporarme y abrir los ojos a la luz. Lo primero que vi fue unas gaviotas, de un blanco luminoso, que sobrevolaban las aguas. El mar refulgía destellos azules como nunca antes había visto. La línea costera, las playas, los roquedos, los pinares, todo brillaba al sol con un colorido resplandeciente. Era la vida que de nuevo me saludaba, me llamaba  y me acogía.

Lo mismo he sentido hoy, treinta y cinco años más tarde, cuando cruzando las puertas de salida del Centro de Salud, he visto que todo refulgía al sol de la primavera renovado y hermoso bajo una nueva luz, cuando he sabido que la vida se abre de nuevo ante mí como un regalo precioso y anhelado.

viernes, 27 de abril de 2012

ESTRÉS

















Vivir lenta la vida siempre quisiste,
no permitirte más locuras
que las locuras de amor
ni más excesos que aquellos
que tu cuerpo y tu alma toleran gratamente.

Siempre quisiste vivir la vida con pasión
pero saborearla lentamente,
disfrutar de cada instante,
de cada mirada,    
de cada sonrisa,
de cada abrazo,
de cada beso,
de cada rayo de luz entre las sombras.

Nunca quisiste sufrir por callar
ni causar dolor por hablar demasiado.
No hacernos daño ni dañar a nadie
es la dorada ambición de los más sabios.

Vivir la vida con el ritmo pausado y lento del viajero
siempre quisiste,
disfrutar de cada paisaje,
de cada aroma, 
de cada sueño,
de cada música,
de cada verso,
de cada rayo de luz que alumbra el barro.

Pero hoy una mujer sabia te ha dicho
que te equivocas, que te estás destrozando
por correr demasiado.
Al momento has sabido que tenía razón,
que te duelen los besos que no has dado,
que te pesan las palabras que has callado
 y los silencios que no te has permitido,
que es mucho el amor y mucha la belleza
que no has sabido dar o disfrutar. 

lunes, 2 de abril de 2012

PRIMAVERA ROJA

















La primavera era un cachorro inquieto
que arañaba los cristales.

Me recuerdas aquellas tardes lejanas
en que el amor crecía
entre el rumor de los alfanjes,
aquellos días en que ardía la piel
y ardían los corazones
y las calles ardían teñidas de rojo
llamándonos
como en esta primavera
de esperanzas florecidas.

Me preguntas qué pasará ahora y no lo sé.
Yo sólo soy un viajero envejecido y cansado.
Sólo sé que los dioses
del mercado se han hartado
de darnos sus tristes concesiones.
Sólo sé que trataremos de alzar un muro
frente al siniestro futuro que nos deparan.
Sólo sé que otros jóvenes
que ya no somos tú y yo
se amarán de nuevo
entre el rumor de los alfanjes.

Porque la primavera es un cachorro inquieto
que araña sus cristales.

martes, 6 de marzo de 2012

NEGRAS AGUAS




Llueve y el Ebro fluye inmenso y triste
en este día gris de fin de invierno.
He recorrido los sotos desnudos,
me he adentrado en el silencio
espeso de las alamedas,
lúgubres como viejos osarios,
y al borde de las aguas,
negras como el Aqueronte,
he derramado unas lágrimas
recordándote.

Bandadas de gansos cruzaban los cielos
trazando ruidosas su signo de victoria
y he pensado en el ciclo de la Vida
y en su eterno retorno.

Ha sido un invierno triste y difícil
pero la primavera ha de llegar
hermosa, salvaje, rebelde,
inundándolo todo
de luz y de alegría.

sábado, 28 de enero de 2012

NUNCA PASA NADA




















La ciudad fría y azul acoge ingrata el eco de mis pasos.
Llueve mansamente y los bares de mi pecados,
las entrañables tabernas de la ciudad romana,
antes alegres y ruidosas, están vacías.
Me sorprende el tenebroso silencio gris
de las calles deshabitadas, de las plazas apenas pobladas
por algunos adolescentes inquietos y bulliciosos
como bandadas de estorninos otoñales.

Este silencio de plomo me llena de nostalgia,
me recuerda otra época triste y oscura, otros inviernos
en días de juventud, años de estudiante pobre
desafiando al futuro entre la rebelión y la amnesia.
Pero ahora ni siquiera tenemos absenta como antaño
o aquel cannabis negro que adormecía nuestra rabia
y sólo nos queda plantar cara a la vida
desamparados y desnudos.

Mientras tanto la muerte siembra su simiente cada día
en amables cartas de despido,
en eres juiciosamente argumentados,
en expedientes de desahucio
por no poder hacer frente a la hipoteca.
Y aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

¿Cómo consolar a un hombre que se derrumba, dímelo,
cómo consolar a una mujer destrozada
que lo ha perdido todo con cincuenta años,
cómo explicarle a nuestros hijos que ese futuro
que empezaban a acariciar
es escarcha congelada entre sus dedos?
Pero aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

Ayer se publicaron datos oficiales.
Y dicen que la mitad de los jóvenes no encuentran trabajo,
que dos millones de trabajadores han perdido sus empleos,
que el hambre es ya el único plato en un millón de mesas,
que no hay esperanza a la que poder aferrarse.
Porque aquí no pasa nada.  Porque aquí nunca pasa nada.

En Bruselas los banqueros juegan al gato
y al ratón con los gobiernos
y en mi ciudad cada noche de este invierno
doscientos seres humanos duermen en las aceras.
Y suben los precios y bajan los sueldos
pero aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada. 

El Presidente ha dicho que tendremos
que asumir mayores sacrificios,
que estemos tranquilos que pronto bajará los impuestos a los ricos
a ver si tienen a bien darnos un trabajo mal pagado.
Y la prensa calla cuando no canta las bondades del gobierno.
Para que no pase nada. Para que aquí nunca pase nada.

El ministro de Economía sonríe
alegre como está de poner disciplina a tanto derroche.
Y se cierran escuelas y centros de salud
y las guarderías infantiles y las piscinas de los pueblos,
y se suprimen las ayudas sociales, y la cooperación al desarrollo.
Pero aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

Los ayuntamientos suprimen lujos innecesarios:
las subvenciones culturales, los teatros,  las bibliotecas…
que en tiempos de crisis siempre molestaron los artistas y los poetas,
esa gente nunca fue de fiar pues piensa con el corazón.
Pero el pueblo, sacrificado y comprensivo, lo sabe entender.
Por eso aquí no pasa nada. Aquí nunca pasa nada.

Y yo os pregunto, ¿cuál es el límite de la paciencia de un pueblo?
¿Cuándo llegará ese ansiado vendaval del himno de Aragón
que arrastre tanta mentira y deje al desnudo la verdad?
¿Cuándo la rebelión ciudadana empezará a poner
los cimientos para una nueva justicia?
¿Cuánta miseria habrá antes que acumular
para que la fuerza que del dolor surge
nos arrastre y nos desborde?

lunes, 9 de enero de 2012

LOLA


 





















A nuestra amiga Lola Ariño, siempre en el corazón


La muerte te envió su tarjeta de visita
y le hiciste a tu pesar un hueco en tu agenda.
La atendiste amable, como a uno de tus enfermos,
escuchaste paciente sus múltiples razones
y te fuiste con ella a andar otras veredas.

¡Cómo duele tu ausencia, amiga!
¡Cuánto amor dejas tras de ti,
pero también cuántas áridas soledades,
cuántos sentimientos silenciados,
cuántos abrazos que no te daremos,
cuántas palabras a las puertas del alma,
cuántas preguntas para siempre ya huérfanas
de tu discreto y sabio juicio!

Nos queda el rastro de tu vida en las nuestras,
recuerdos ardientes que se posan dulces
como lluvia de verano en los corazones,
luminosos como las últimas nieves del invierno,
limpios como el aire de la  primavera
en los verdes prados de la Sierra de Cameros.

Pienso en ti y la memoria se inunda de risas infantiles,
de dolores que curan la magia de tus manos,
de  alegres días azules de sol y de montaña,
de largas veladas fraternas doliéndonos del presente,
soñando el futuro, compartiendo el pan y la vida.

Siempre permanecerá la vida que nos diste,
tu amistad siempre atenta, leal y confiada,
tu aguda sensibilidad, tu amable ternura,
la dulzura infinita de tus ojos,
de tus manos de mujer,
de tu entrega a los demás humilde y generosa.

Tu vida, ese precioso regalo que nos dejas,
que en nuestros corazones permanecerá para siempre
guardada como una preciada gema
que en días fríos y oscuros
nos dará su luz, su calor y su aliento.

viernes, 6 de enero de 2012

SANGRE

















Trickle drops! my blue veins leaving!
O drops of me! Trickle, slow drops,
Candid from me falling, drip, bleeding drops,
From wounds made to free you whence you were prison’d.
                                                                       Walt Whitman, Calamus

¡Caed gotas! ¡Abandonad mis venas azules!
¡Oh, gotas mías! ¡Caed, lentas gotas!
Con candidez desprendeos de mí, fluid, sangrantes gotas,
De las heridas abiertas para libertaros de vuestra prisión.
Walt Whitman, Calamus


En el Centro de Donantes he rellenado el cuestionario, he pasado el control médico y me he recostado con no pocos reparos en aquel butacón rojo, presto a devorarme, que parecen los labios de Mick Jagger.

Atendido por una eficiente enfermera, enseguida he sentido el ligero escozor de la vía en la vena y el líquido oscuro ha empezado a fluir muy lentamente.

Mientras comienza a llenarse la bolsa de esa pringosa y grasienta sopa granate con la viscosidad del petróleo pienso que, entre los muchos renglones torcidos de la naturaleza, no es el menos sorprendente que sea una materia tan detestable el néctar de la vida.

Desde luego, si alguien pensó esto es un colosal ingeniero, un científico genial, un músico quizás, no un pintor ni un poeta. Por eso Dios nos necesita tanto como nosotros a Él. Si no la embellecemos con imágenes y palabras hermosas, menuda chapuza es a veces la creación.

Donar sangre no me causa mareos ni ninguna sensación desagradable.  Por el contrario, me provoca una dulce y serena somnolencia que debe ser parecida a la que habitualmente se halla a las puertas de la muerte.

Me muero un poco, sólo un poco, mientras gota a gota la bolsa se va llenando de espesa sangre del grupo A negativo, la sangre de mi padre, la sangre de mi hijo.

¿A quién irá a parar? ¿Cómo serán aquellas varias decenas de personas que van por el mundo con mi sangre en sus venas?

Recuerdo lo que me impresionó ver en las cuevas del río Vero las manos tintas de sangre de aquellos cazadores del paleolítico impresas en las paredes. Sangre de sus víctimas animales, tal vez también de sus enemigos. Todo el devenir de nuestra especie en la tierra está escrito en trazos de sangre.

Sangre que labró la historia, sangre que construyó los imperios; sangre inútilmente derramada por los parias de la tierra a través de muchas generaciones para edificar la opulencia y el poder de unos pocos.

Cada ser nace a la vida en medio de un escándalo sangriento  y cada vez que la humanidad se pone de parto, −algunos dicen que todo apunta a que pronto ha de llegar de nuevo ese terrible momento−, resuelve su gestación en una orgía de sangre.

Dicen que el principal componente de la sangre, el plasma, tiene una química muy similar  a la del agua de los océanos.

Sí, todos los hombres y las mujeres somos hijos de la mar.

Es el viento y la sal de los mares lo que fluye por nuestras venas, lo que impulsa nuestras ansias de eternidad.

De las aguas venimos y a las aguas volvemos.

Me dejo arrastrar a esta mar cálida y diamantina,
a este magma acuático del que surgió la vida.

¡Quiero nadar en las aguas del tiempo,

quiero desentrañar sus misterios,

hundirme lentamente en ellas
extasiado por la tenue luz que ilumina sus profundidades!

Me voy sumergiendo al tiempo que una extraña placidez
nubla poco a poco mis sentidos.

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-          Te encuentras bien, Viator. ¡ABRE LOS OJOS, POR FAVOR!

Es la enfermera que me sacude y me mira con cara de alarma. Le dedico para tranquilizarla la mejor de mis sonrisas y le guiño un ojo a lo Humphrey Bogart.

¡Ay, tú también, hermosa sacerdotisa mal pagada que con tanto celo preservas los secretos de la Casa de la Sangre; tú también eres hija de la mar!